Alison Müller.
Las promesas existen para romperlas y las historias para contarlas. Historias incompletas por falta de inspiración.
jueves, 7 de enero de 2016
domingo, 25 de octubre de 2015
¿Por qué no? -- Capítulo 2
Samuel.
Amber no dejaba de sonreír y
gritar cosas que ni Alana ni yo entendíamos, pero nos contagiaba su felicidad.
Cuando subió a mi moto estuve
dando vueltas por toda la ciudad sin un punto fijo porque el destino era el
mismo del que habíamos salido, su casa. Su padre tenía un Chevrolet Camaro que
a ella le encantaba, pero que no podía conducir porque tenía demasiados problemas
como para siquiera arrancar, pero después de meses trabajando en él a
escondidas y buscando las piezas que necesitaba por mi cuenta conseguí
arreglarlo por completo. La verdad es que era el coche de mis sueños, pero yo
no podía permitírmelo. Aunque de todas formas me conformaría con que lo tuviera
Amber porque lo iba a conducir todas las veces que quisiera, sabía cómo
convencerla fácilmente.
- ¡Sois los mejores! -Gritó
mientras abrazaba el capó del coche. Después hizo lo mismo con Alana.
- A mí no me mires, ha sido Sam
el que lo ha arreglado, yo sólo le llevaba sándwiches.
Amber soltó a la rubia y saltó
sobre mí enrollando sus piernas al rededor de mi cintura.
- ¡Aaaaaaaah! ¡Gracias, gracias,
gracias! -Repetía mientras me llenaba la cara de besos.
- De gracias nada, ¿no nos
invitas a dar una vuelta? -Dije con tono socarrón.
- ¡Sí, sí, sí! -Se calló por unos
segundos. -Esperad... Esperad un momento. -Levantó su mano derecha indicándonos
que nos quedáramos donde estábamos y se metió en su casa.
Amber.
Abrí la puerta principal de mi
casa y me adentré por los pasillos hasta llegar a la pequeña sala de estar en
la que mi padre escribía. Apoyado en el respaldo del sofá naranja que ocupaba
la mayor parte de la estancia, con su cabello extremadamente blanco y su piel
pálida con pecas; centraba su atención a la pantalla del portátil que sostenía
sobre las piernas y que apartó al verme entrar por la puerta.
- ¿Papá? -Él levantó sus gafas de
ver dejándolas un poco más arriba de la frente y me miró expectante con sus
ojos verdes.
Entreabrió su boca para decir
algo, pero antes de que lo hiciera me abalancé sobre él y abracé su delgado
cuerpo.
- ¡Gracias! -Creo que ese fue el
día en el que más veces repetí esa palabra, pero se lo merecían.
El Chevrolet Camaro de mi padre
llevaba años en el garaje. Él lo compró con la mayor ilusión del mundo, le
costó un ojo de la cara -no literalmente-, y más teniendo en cuenta que cuando
lo compró ese modelo sólo llevaba un año en el mercado, pero a él le dio igual.
Desde pequeño creció viendo a su padre en las carreras de coches, todas las
horas que se pasaba en el taller con mis tíos y mi padre. Y a pesar de su
avanzada edad, mi abuelo siguió corriendo hasta que mi abuela le rogó que
dejara de hacerlo porque algún día tendrían un susto. Irónico fue que un camión
que transportaba coches de alta gama se estrellara contra el de mi abuelo cinco
años atrás. Mamá y yo conseguimos superarlo, pero a mi padre le afectó de
sobremanera. Él se aferraba a la idea de que algún día volvería. Y eso que ya
tenía más de cuarenta años. Pero lo que siempre le dijeron sus padres es que
nunca perdiera la esperanza. Y aún sin tenerlos a ellos a su lado ya que la
nana -mi abuela- había fallecido un año antes del accidente por un cáncer,
seguía siguiendo sus normas y sus consejos. Se aferraba a lo único que le
quedaba y se alejó de aquello que realmente le llenaba pero que ya no podía
soportar.
Los coches.
Abandonó su camaro azul en el
garaje y me costó sudor y lágrimas convencerle de que me dejara sacarme el
carnet de conducir. Pero lo conseguí, y ahora con diecisiete años y un Camaro
recién arreglado por las maravillosas manos de Sam podía ser independiente en
lo que a viajes se refería.
Me gustaba ir en bus, sí. Era una
forma de despejarme y de pensar en mis cosas mientras veía pasar los edificios
a mi alrededor, me concentraba en la gente que entraba y salía. Algunos podían
llegar a ser extremadamente extraños, pero supongo que alguien pensaría igual
de mí. Me imaginaba sus vidas y el porqué de coger el autobús, el porqué de sus
sonrisas, sus lágrimas y sus enfados. Igual ahí la rara era yo, pero no me
importaba. Cuando lo perdía llamaba a Sam y él venía con su KTM a buscarme. Y
como último recurso tenía mi bicicleta, comprada por mi madre cuando era joven
y arreglada por mi abuelo cuando aún vivía. La verdad es que a parte del Camaro
no teníamos otra cosa de mucho valor, la gente decía que mi casa era muy
"vintage", terminé creyéndomelo porque eso era mejor a pensar que
todo lo que había allí tenía más de treinta años.
Pero todo eso no era comparable
como tener a mi Riri -bautizado mi camaro por mí desde hacía seis años-
disponible siempre que quisiera. De seguro que no lo iba a perder con la bici,
porque con el amarillo chillón que le habían puesto ahora y las franjas negras
que recorrían su capó, lo vería a la distancia. En esos momentos me llegaba a
parecer más precioso que cinco gatos persas con las pupilas dilatadas.
Y bueno, sí, Riri. Mi amor
incondicional hacia Robyn Rihanna estaba presente en mi día a día. Esa mujer
era la perfección en cuerpo humano y yo no me resistía a algo así. Estoy segura
de que por ella me haría lesbiana, es decir, ¿quién no?
¿Por qué no? -- Capítulo 1
Amber.
Me despertaron las voces de mi
madre en el piso de abajo. Las ignoré y tapé mi rostro con una de las muchas
almohadas que tenía encima de la cama. Con un suspiro intenté dormirme de
nuevo, pero el sonido de la puerta me lo impidió.
- Mamá, por favor, es sábado.
Quiero dormir... -Lo intenté decir para que se me entendiera mientras evitaba
que se me callera la baba.
Giré mi cuerpo para quedar bocarriba
aún con la almohada en la cara. El silencio reinaba en mi habitación y supuse
que ya se habría ido.
Estaba muy equivocada.
Algo cayó sobre mi cuerpo
provocando que me despertara de una vez por todas y que empezara a patalear.
- Vamos, bombón, levántate ya o
sufrirás las consecuencias.
Destapé mi cara y me miré
enfadada.
- ¡Por el amor de Dios, Sam! ¿Qué
hora es? ¿Las nueve? ¿Las diez? Déjame dormir... -Ronroneé.
- Tú lo has querido.
- ¡No! -Comencé a reírme a
carcajadas mientras mi pelo tomaba vida propia y me tapaba la visión. Samuel
siguió haciéndome cosquillas y aproveché un momento en el que se despistó para,
con un rápido movimiento, ponerme encima suyo y sujetar su cuello con mi
antebrazo.
- ¡Wow! Relaja, fierecilla.
- ¿Se puede saber por qué vienes
a mi casa tan pronto? ¿Has tenido pesadillas, chiquitín? -Le sonreí burlona.
Pero mi sonrisa no duró mucho porque alguien me placó por el lado derecho de mi
cuerpo y acabé en el suelo con una Alana muy despeinada sobre mí. -¡Ya vale!
¡Os aprovecháis todos de mi cuerpo!
Los dos estallaron en carcajadas
hasta que mi madre apareció por la puerta y se quedó muda al ver el panorama.
- ¿Estáis bien?
- Oh, Lauren, ya sabes que no.
Pero qué se le va a hacer, tu hija no tiene solución. -Contestó Sam antes de
que yo estampara una almohada en su bonito rostro. - ¡Eh!
- Bueno, ¿y por qué me tenía que
levantar tan pronto?
- Tenemos una sorpresa para ti.
-Dijo Alana con una sonrisa de oreja a oreja.
- ¡Haberlo dicho antes!
Me levanté del suelo lo más
rápido que pude y busqué en mi armario ropa para ponerme.
- Yo voy a hablar con tu madre
abajo, que me ha dicho no sé qué de unas plantas. -Rodé los ojos al escuchar a
la rubia.
Siempre hablaba con mi madre de
flores, yo no entendía qué veían las dos en la jardinería, pero para ellas era
emocionante.
Desapareció por la puerta no sin
antes despeinar a Sam que seguía tumbado en mi cama.
- ¿A dónde vamos a ir? ¿Qué me
pongo? ¿Campo? No me tengo que poner vestido, ¿verdad? ¡Sam! -Lloriqueé
mientras él se reía socarronamente.
- Ponte lo que quieras. -Enarqué
una ceja porque esa no era la respuesta que quería. -Está bien, no vamos al
campo. Ponte unos pantalones y una camiseta, no es tan difícil.
Saqué los primeros shorts
vaqueros que vi junto con una camiseta de Iron Maiden y me quité el pijama
hasta quedarme en ropa interior para poder cambiarme.
- Sam, te dejo verme en ropa
interior, pero más no así que date la vuelta, vamos. Vamos. -Empujé levemente
su hombro hasta que se quedó mirando hacia la ventana que daba a la calle. -Así
mejor.
- ¿Qué más da? ¿Quieres que me
desnude yo también y estamos en paz? -No lo veía pero sabía que se estaba
riendo de mí.
- No, Sam. Yo a ti ya te he visto
desnudo y en más de una ocasión. -En el momento en el que terminé de hablar me
mordí la lengua. Había metido la pata.
Samuel se dio la vuelta con su
cabeza ladeada y una sonrisa burlona en el rostro.
- Por eso mismo, estoy en
desventaja.
- Vale... -Comencé a bajar
lentamente el tirante del sujetador que me acababa de poner pero lo volví a
subir rápidamente. -Otro día, que llegamos tarde.
- ¡Pero si la sorpresa te la
damos nosotros! -Hizo un puchero que yo eliminé por completo con un golpe en su
nuca.
- Eres un cerdo Sam, además...
No terminé de hablar porque de
repente me cogió colocando mi vientre en su hombro y pasando sus brazos por
detrás de mis piernas. En otras palabras, como a un saco de patatas.
- ¡Ah! Sam, ¡bájame! -No vocalicé
mucho ya que no podía parar de reír y chillar a la vez. Podía visualizar mi
cabeza contra el suelo, todo lleno de sangre y a Sam con una mirada de
preocupación.
- Tenemos prisa, bombón.
- Ya, pero no creo que tanta como
para salir en sujetador a la calle. -Le recordé.
- Ah, eso. Bueno, tu vecino está
un poco amargado, vamos a darle una alegría. ¿No crees?
- ¡Sam, no! -Seguía riéndome a
carcajadas incapaz de decir nada coherente mientras él me bajaba por las
escaleras directo a la puerta de mi casa.
Cuando atravesamos el umbral de
ésta Sam me dejó en el suelo colocándose a mis espaldas y sosteniendo mis
hombros con sus manos, haciendo la fuerza suficiente como para que no me
pudiera mover.
Mi madre, que estaba en el jardín
de la entrada con Alana, me miraba horrorizada mientras la rubia se sostenía el
estómago para poder reírse.
- ¡Amber Collins, entra ahora
mismo a casa a ponerte algo! ¡Por el amor de Dios! -Se giró hacia mi amiga- Y
tú no te rías.
Le dio un manotazo en el brazo
pero Alana siguió riéndose, aunque esta vez en vez de sujetarse el estómago se
acariciaba la zona en la que mi madre le había dado con la otra mano.
Vimos como la señora Harrison
salía de su casa y se metía en su coche mientras nos dirigía miradas y
murmuraba cosas que ninguno fuimos capaces de entender. Era una mujer de unos
sesenta y siete años, viuda y con dos hijos los cuales pasaban el menor tiempo
posible con ella por sus insoportables comentarios. Pero eso sí, no había un
fin de semana en el que o su hija o su hijo aparcaran a sus niños en su casa y
se despidieran con un "el domingo nos vemos". Muchas veces los veía desde la ventana de mi
casa, se portaban peor que Daniel el travieso. En algún fin de semana de esos
había llegado a sentir pena por la señora Harrison, pero luego me acordaba de
lo racista que podía llegar a ser y se me pasaba la pena para reírme de las
trastadas de sus nietos.
Mamá terminó riendo por la
reacción de nuestra vecina.
- Nunca cambiará. -Comentó con
aire nostálgico. -Y ahora señorita, ve a ponerte algo de ropa.
- Sí, señora. -Desaparecí con un
gesto militar y fui a por mí camiseta.
Cuando ya estaba totalmente
vestida y había desayunado, los chicos decidieron llevarme hasta mi sorpresa.
Taparon mis ojos con una corbata de Sam, aunque dudaba que fuera suya porque
nunca le había visto con algo "tan elegante" encima. Cuando tenía
eventos importantes para los que se supone que tendría que llevar traje, él se
ponía los vaqueros más oscuros que encontrara en su armario y una camiseta
blanca, o en su defecto, negra. Sam me indicó que me subiera a su moto, pero el
no ver nada sumado a mi gran torpeza no dio buenos resultados y terminó
subiéndome él. Me dijeron que Alana esperaría en el sitio al que íbamos, no
pregunté más porque sabía que no me responderían, así que me sujeté a Sam
abrazándolo por la espalda mientras conducía por la ciudad, o eso pensaba yo.
- Ya hemos llegado, bombón.
Me bajé como pude de su KTM y
destapé mis ojos. Presté atención al entorno y seguidamente fijé mi mirada en
mis dos amigos.
- Vosotros sois muy tontos. -Dije
riendo. No me podía creer lo que habían hecho.
SUMMER. -- Capítulo 2
Clavó sus ojos en el adolescente
que descansaba sobre la silla con los pies estirados y apoyados sobre el
mostrador. No tenía pinta de chico de pueblo con esas Vans desgastadas, sus
bermudas azules y una camiseta que también parecía de marca sobre la que
descansaba un móvil de última generación. Sabrina no tenía ni idea de cómo
despertarle, había tenido dieciséis años como para saber que los adolescentes
pueden despertarse de muy mala hostia si no lo haces bien. Dedujo que si estaba
trabajando no tendría que estar durmiendo, así que hizo como que cerraba la
puerta, esta vez más fuerte provocando que el chaval se sobresaltara y se
sentara bien fingiendo que no había pasado nada.
Sonrió de lado al ver a Sabrina
junto a la entrada con esos shorts que le hacían unas piernas larguísimas y un
escote que estaba donde no debía dado que cuando ella estaba nerviosa tiraba
del dobladillo de la camiseta, haciendo que ésta descendiera.
Cuando ella se dio cuenta de lo
que aquel joven hormonado estaba mirando, tiró de sus tirantes hacia atrás y se
acercó al mostrador con desconfianza cruzando los brazos sobre su pecho.
- Perdona... Me ha dicho tu madre
que quedaba una habitación libre. -Expuso Sabrina con tranquilidad.
- Sí, ¿y?
- ¿Cómo que y? Que si me das presupuesto o algo que quiero alojarme aquí por
esta noche.
El chico se sorprendió con su
respuesta, había sido muy amable al principio como para soltar aquello, pero lo
entendía porque él tampoco había utilizado sus mejores palabras.
- Disculpa, estoy cansado y no...
Bueno que... -El chico rascó su nuca y volvió a mirar a Sabrina a los ojos.- No
estoy acostumbrado a disculparme, pero ya sabes lo que quería decir.
La morena levantó una ceja
incrédula con lo que le acababa de decir. Vale que el chaval no se disculpara
muy a menudo, pero ¿de verdad pensaba que aquello se podía considerar como tal?
- Te daré la llave, sígueme.
Pasó por detrás de Sabrina
adelantándola para guiarle por los pasillos. Y aunque la diferencia de edad era
obvia, él era más alto que ella.
Llegaron a una puerta de madera
que él abrió con la llave que más tarde le entregó a Sabrina y le dedicó una
sonrisa.
- Me llamo Aitor, si necesitas
algo ya sabes dónde estoy.
Sabrina entró al cuarto dejándole
a él a sus espaldas.
- Lo tendré en cuenta, pero si
estás dormido igual no me sirves de mucho.
En el rostro de Aitor apareció
una sonrisa pícara y Sabrina se pegó mentalmente por lo que había dicho.
- Por ti me quedo despierto toda
la noche. -Contestó él en un vago intento por poner voz ronca.
- Anda, tira, por el amor de Dios
si ni siquiera serás mayor de edad.
- Oh, si es por eso podemos
ignorarlo.
- Mira... Aitor, déjame dormida
que estoy muy cansada como para mandarte a la mierda, así que hazme el favor y
vete antes de que meta otra vez la pata.
- Yo si quieres puedo meter otra
cosa.
Cuando Sabrina vio las
intenciones que tenía al empezar esa frase le cerró la puerta en las narices
antes de terminarla.
- Esto ya es el colmo. -Susurró
antes de caer rendida sobre aquel colchón que en un día normal podría parecerle
más duro que una piedra pero que aquel día lo recibió con los brazos abiertos y
los ojos cerrados.
Las sábanas se le habían pegado a
la piel, le costó mil demonios levantarse de aquella cama que le había
destrozado la espalda. Seguramente habría dormido mejor en su coche, pero ya no
tenía remedio.
Caminó hasta el baño de la
habitación y se dio una ducha con agua fría utilizando el jabón que encontró
por allí. Al salir se quitó el exceso de agua de su cabello con una toalla y se
vistió con la ropa que había cogido el día anterior de la maleta. Sabía que
había un bar cerca así que fue para desayunar, lo que no se esperaba es que
Aitor fuera el camarero.
- Buenos días, preciosa. -Le
sonrió todavía más despeinado que la noche anterior.
- ¿Es que tú y tu familia
monopolizáis todos los negocios de este pueblo?
Se acomodó sobre un taburete y
apoyó sus brazos en la barra.
- Hay que ver que buen despertar
tienes, ¿eh? Y respondiendo a tu pregunta... Se podría decir que sí, no hay
mucha gente viviendo aquí todo el año como para hacerse cargo de algo como
esto.
- ¿Vives aquí durante todo el
año? -Preguntó Sabrina sorprendida. Aitor afirmó con la cabeza.- ¿Y dónde
estudias? Lo digo porque no he visto ningún instituto ni nada.
- ¿Te estás interesando por mí?
Bueno, soy muy joven para ti, lo nuestro sería un amor imposible a no ser... Si
vivieras aquí seríamos felices, tengo tierras y ganado, ¿sabes?
- No me extraña. -Contestó ella
en un susurro.- Anda, don Juan, ponme un café.
- Lo siento, se nos ha roto la
cafetera y no traen una nueva hasta la semana que viene, pero si quieres puedes
esperar. -Le fulminó con la mirada y él levantó las palmas de sus manos.- Está
bien, fiera. Tenemos chocolate caliente si quieres.
- No. ¿Tienes batido de
chocolate? Si es frío mejor.
- Claro.
Aitor se giró sobre si mismo
mientras colocaba el trapo que anteriormente sujetaba con la mano sobre su
hombro derecho, abrió la cámara y sacó lo que Sabrina le había pedido. Colocó
un vaso frente a la chica y vertió la bebida mientras sonreía concentrado.
- Estudio en el pueblo de al
lado, allí sí que hay instituto. Y gente con menos de cuarenta años. Es muy
frustrante no tener a nadie de tu edad con quien hablar, ¿sabes? Lo bueno es
que aquí aprendo muchas cosas porque todos me tratan como su aprendiz y tengo
conocimientos varios de carpintería, mecánica, albañilería y te sorprendería lo
bueno que soy en la cocina.
- Vaya, eres todo un partidazo.
¿Y no hay ninguna chica a la que le guste todo eso?
- No sé, dímelo tú. -Aitor apoyó
sus codos sobre la barra y la barbilla en sus manos mirando fijamente a
Sabrina.
- Déjalo ya, me voy a ir en unas
horas y de todas formas eres un crío, con muchas habilidades pero un crío. ¿No
tienes novia?
- No creo en la necesidad de
tener una, es decir, yo no quiero compartir mi valioso tiempo con alguien que
no merezca la pena y hasta el momento no ha aparecido esa persona por la que
piense "wow, haría todo por ella".
Sabrina sonrió dándole la razón,
ella pensaba igual.
- Tienes mucha razón. Bueno,
Aitor, yo me voy ya que se me van a acabar las vacaciones y no voy a llegar a
ver la playa. Me ha gustado hablar contigo.
El moreno puso cara de confusión
y miró con cautela a la chica que en esos momentos estaba acercándose por
encima de la barra, pero sonrió cuando ella depositó un beso en su mejilla.
- Mis labios están más hacia la
izquierda.
Sabrina soltó una carcajada y se
alejó hacia la puerta del local.
- Adiós, Aitor.
- Eh, pero espera que no me has
dado tu número. -Y a pesar de que lo dijo todo lo rápido que pudo, Sabrina y
había salido del bar.
SUMMER. -- Capítulo 1
Estaba harta, se sentía frustrada
consigo misma y no comprendía la necesidad de depender de los demás para hacer
absolutamente todo.
Hacía unas semanas que Sabrina se
había estado informando sobre viajes. No se quería llevar a nadie, tablones
llenos de opiniones habían aparecido ante sus ojos abriéndole las puertas al
viajar sola. Todos decían que era una gran experiencia, cualquiera necesita
tiempo para encontrarse. Diariamente Sabrina se sentía saturada con la compañía
que danzaba a su alrededor y estaba harta de intentar contentar a todos así
que, ¿por qué no?
Cogería sus maletas, las llaves
de su precioso coche y se marcharía a la playa. Mientras tuviera su portátil
con internet y su libro de "cómo sobrevivir sola a unas vacaciones",
podría sobrevivir por unas semanas.
Catorce días, esos eran los que
su jefe le daba de vacaciones. Su jefe, más conocido como "tío Tony"
era el hermano de su padre, dueño de un restaurante italiano en el que Sabrina
trabajaba como camarera para poder ayudar con los pagos de la universidad a la
que asistía desde hacía dos años para estudiar matemáticas. Era algo que le
quitaba la mayor parte de su tiempo, siempre escribiendo entre formulas, letras
y dibujos. Lo que menos veía eran números, pero eso a ella le daba igual.
Estaba centrada en cerrarle la boca a todos aquellos que alguna vez en su vida
habían dicho que no sería capaz de terminar la carrera o que ese título no le
abriría las puertas en el mundo del empleo. Se comía sus críticas con patatas,
pero también afectaban a su estado de ánimo.
Segundo verano tras empezar
aquello y había pasado más de dos semanas encerrada en su casa, con miedo a
salir a la calle, a relacionarse y negando la necesidad de hacerlo. Hasta que
se dio cuenta de que para ello no necesitaba estar en su casa, podría irse a un
camping y así por lo menos aprovechaba para ponerse morena.
- ¿Estás segura de esto?
- Sí, mamá.
Abrazó a aquella mujer a la que
los años ya empezaban a pasarle factura, las arrugas que rodeaban sus ojos cada
vez eran más notables, se comenzaba a teñir con más frecuencia para cubrir las
canas que aparecían en su cabello y las visitas al médico nunca dejaban de
hacerse. Sabrina no se parecía en nada a ella, tal vez tendría que ver con que
ella no era su madre biológica, pero la quería como tal. Su padre se había
casado con Natalia cuando Sabrina tenía apenas cinco años. Su madre les
abandonó después de que ella naciera pero no tenía ese sentimiento de querer
saber más y la necesidad de conocerla porque con Natalia tenía más que
suficiente.
- Llámame todos los días,
¿quieres? -Acarició su mejilla.
- Sabes que no lo haré. -La cara
de horror de su madre le incitó a seguir hablando.- Lo sabes, además, si me voy
es para no hablar con nadie. Prometo que te llamaré, pero no todos los días.
- Está bien, pero por lo menos
cuando llegues sí. Quiero saber que estás bien.
- Claro. -La volvió a abrazar
antes de cargar las maletas en el coche.- Dile a papá adiós de mi parte y dale
un beso.
- Ya sabes que quería estar aquí
pero no ha podido.
- Lo sé, mamá. -Le dedicó una
sonrisa tranquilizadora y se colocó frente al volante.
- Cuídate y llámame cuando
llegues. -Le dio un beso colándose por la ventanilla del Toyota.
- Si no me dejas irme se me van a
acabar las vacaciones antes de salir de este pueblucho.
- A ver si cuando vuelvas estás
un poco más normal. Y quiero que me traigas conchas.
- Nunca entenderé tu afán por las
manualidades y todas esas chorradas, pero vale. Me voy, te quiero. Cuídame a
Rex.
- No sé qué va a hacer tu gato
sin ti.
- Yo tampoco, pero no lo
alarguemos más. Adiós, mamá.
Se despidió con la mano mientras
daba marcha atrás y salía del garaje de su casa para poner rumbo a la playa.
Había decidido no encender el
GPS, tenía aprendidas de memoria todas las salidas que tenía que tomar hasta
llegar al pueblo pesquero que había elegido para sus días de relax, e
intentaría llegar por sus propios medios.
Pero Sabrina nunca fue buena en
lo que se refiere a orientación, ni a direcciones.
Dos horas en aquel coche y ya
sentía como se le engarrotaban las piernas. Tenía que parar, buscar un sitio
con una pinta decente y comer algo para poder estirar las piernas o no llegaría
viva.
Estacionó en el único sitio libre
que quedaba en el parking de aquel restaurante de carretera. Al salir de su
Toyota estiró como pudo su camiseta para que no se viera tan arrugada y buscó
la puerta del local.
La voz de la mujer de las
noticias inundaba la estancia. Otra cosa que a Sabrina le sobrepasaba y que a
la vez no podía vivir sin ello eran las noticias. No soportaba enterarse tarde
de lo que pasaba por el mundo, pero le hervía la sangre al darse cuenta de que
por cada diez noticias sólo había una buena, o ni siquiera eso. Había demasiada
corrupción y dolor en el mundo que verlo diariamente no es que fuera un chute
de alegría.
Tenía tanta hambre que devoró su
bocadillo de tortilla como si llevara un mes sin comer. Pagó su cuenta y se fue
de allí dejando atrás a todos los camioneros y padres que viajaban con sus
hijos, unos más insoportables que otros.
- ¿Pero qué...?
No era normal que se encontrara
en medio de su camino una señal que indicaba que estaba yendo hacia Francia.
No, ese no era el camino que debía tomar y tendría que dar la vuelta, conducir
más horas y gastar más dinero en gasolina. No había sido muy buena idea eso de
no encender el GPS, pero seguiría sin sacarlo de su funda.
- Menudo roadtrip conmigo misma,
¡yuju! -Ya no le quedaban muchas fuerzas, pero consiguió levantar la mano para
acompañar el triste comentario que sólo ella había escuchado.
Tomó la siguiente salida hacia un
cambio de sentido a distinto nivel, y dejó atrás las señales que indicaban el
país vecino.
Le esperaba un largo día.
Llevaba horas conduciendo y ni
siquiera veía el mar. Ya había parado tres veces a lo largo de todo el viaje y
estaba empezando a anochecer. Tal vez si hubiera escogido un sitio que
estuviera más cerca de su pueblo habría llegado antes, pero nada era lo que
ella buscaba. Harta de todo y con sus piernas pidiendo un descanso se desvió de
la autovía para coger la salida hacia un pueblo que parecía ser bonito.
Aparcó en el primer sitio que
encontró en lo que parecía ser el centro de aquel municipio y bajó del coche
dispuesta a encontrar un sitio en el que poder dormir. Por suerte llevaba
viendo desde la entrada señales que indicaban una pensión, no podía ser muy
difícil encontrarla entre aquellas cuatro casas.
Diez minutos andando y lo único
que había encontrado había sido un parque infantil que no estaba en muy buenas
condiciones. Cuando estaba a punto de dirigirse hacia el coche para dormir allí
se encontró a cuatro mujeres que descansaban en el banco de una plaza. Se
acercó hasta ellas y dejó su cansancio a un lado para dar paso a su falsa
amabilidad.
- Disculpen, ¿me podrían indicar
dónde está la pensión? -Estranguló el dobladillo de la camiseta que la cubría e
ignoró las miradas críticas que fueron dirigidas hacia su persona.
- Sí, claro. Yo soy la dueña, la
tienes justo detrás de ti.
Sabrina giró sobre sus pies para
darse cuenta de que, en efecto, allí había un cartel de madera en el que
claramente se podía leer PENSIÓN en
letras más oscuras. Si no fuera por el cansancio acumulado sus mejillas habrían
adquirido un color rojizo por la vergüenza, pero no tenía ganas de nada y su
cuerpo tampoco. Volvió a girarse hacia el banco.
- ¿Podría decirme si queda alguna
habitación libre para hoy? Siento si es una molestia, es que he tenido
problemas en el viaje y... -No pudo terminar porque la morena que le había
hablado anteriormente levantó la mano en un gesto indicándole que se callara y
eso es lo que hizo.
- No te preocupes, muchacha.
Tienes suerte, me queda una habitación. -Sabrina la observó esperando a que se
levantara o hiciera algo para ir a la pensión, pero ni siquiera hizo un amago
de levantarse.- Oh, sí. Puedes entrar, mi hijo te atenderá.
Le dio las gracias, las buenas
noches y se despidió de todas para ir a buscar un sitio en el que poder dormir.
No le hacía gracia eso de que le atendiera su hijo, demasiadas conversaciones
para esas horas o incluso para un día entero. Además tenía dos opciones, que el
chico en cuestión fuera un pervertido que no había conseguido salir de ese
pueblo por su ineptitud y que se desquitara acosando a los inquilinos, o que
fuera un tío bueno que no tenía dos dedos de frente y que no sabía hacer una o con un canuto. Tenía claro que no
podía ser muy mayor porque la mujer no aparentaba más de cincuenta.
Tocó dos veces la puerta con sus
nudillos y la abrió para encontrarse tras el mostrador algo que no se esperaba
y que ni siquiera entraba en sus opciones.
Ariel. -- Capítulo 2
Observó el brazo que había
extendido el chico para que le estrechara la mano. Estaba lleno de tatuajes,
demasiadas rosas para no ser un jardín.
- No muerdo, ¿sabes? Bueno, sólo
sí tu quieres.
Ariel enarcó una ceja en su
dirección por su descaro pero en el fondo le había hecho gracia. Dejó escapar
una carcajada y extendió su brazo también para sujetar la mano de Hugo con
firmeza. Pretendía verse fuerte y segura de sí misma, pero el escalofrío que
recorrió su columna vertebral no se lo dejó fácil.
- No me has dicho tu nombre,
tendré que llamarte pitufo. -Dijo mientras enrollaba sobre su dedo un tirabuzón
de la chica.
- No me llames pitufo, -dijo de
mala gana.- mi nombre es Ariel.
Hugo sonrió dejando ver sus
perfectos dientes, le había gustado su nombre. Y le gustaba más aquella chica
que, en vez de estar emborrachándose con los demás en su casa, estaba sentada
en el césped con un vaso de vodka. La había visto llegar y salir del coche de
Iker, no sabía quién era pero sintió la necesidad de ir hasta donde ella cuando
la vio andar empujando a los demás como si nada le importara.
Pero si no hacía nada rápido
Ariel se iría de allí porque por su parte, ella estaba pensando en una manera
sutil de decirle a aquel chaval que la dejara en paz y que no quería perder el
tiempo por muy perfecto que fuera su físico y por muy hipnótica que fuera su
sonrisa.
- ¿No te gusta la fiesta?
-Preguntó ella con la esperanza de que volviera a la casa. No le apetecía irse
de allí, por lo menos quería terminarse su vaso y seguir sentada hasta que su
mejor amiga se dignara a llevarla de vuelta a su hogar.
- ¿Y a ti? -Odiaba que
respondieran a sus preguntas con más preguntas y se le estaba acabando la
paciencia, pero había algo en él que hacía que los diez segundos que le costaba
rechazar a las personas se alargaran un poco más.
- No. Odio las fiestas así. ¿Qué
fin tiene beber hasta el amanecer para no acordarse de nada después? Es
absurdo.
- No necesitas beber hasta
ponerte ciego para poder disfrutar de una fiesta.
La peliazul hizo una mueca de
disgusto y sujetó su vaso mientras intentaba ponerse de pie.
- Ey, ¿adónde vas?
Hugo se enderezó para quedar a la
altura de la chica, apenas le sacaba cinco centímetros, pero seguía siendo más
alto que ella, de no ser por los tacones que llevaba, con ellos puestos Hugo
pasaba a ser el bajito de la pareja. Pero no le importó, porque verla ahí, de
pie con su jersey de lana totalmente ocurrente para una fiesta de adolescentes,
sus pantalones rotos y unas sandalias a las que estaba claro que no estaba
acostumbrada, le impactó demasiado.
- ¿Tienes a alguien que te lleve
a casa? -Le preguntó mientras seguía sus pasos.
- Sí, mi amiga Naya y su novio.
Me habían dicho que cuando quisiera me llevarían a casa. -se quedó quieta al
otro lado de la acera para ver cómo sus amigos, supuestamente responsables, se
tambaleaban por el jardín delantero de la casa.- Bueno, pues no, no tengo a
nadie que me lleve a casa. Pero puedo coger un bus.
- Sirenita, a estas horas ya no
pasa el bus. -Ignoró la cara de horror que puso Ariel al escuchar cómo le había
llamado y siguió hablando.- Tengo una idea, ven, acompáñame.
Dejó a un lado la desconfianza
que tenía hacia todas las personas que no formaban parte de su círculo, y se
dejó arrastrar al interior de la vivienda con su mano sujeta por la de Hugo. Se
sentía bien, pero no sabía cómo expresarlo. Subieron hasta el segundo piso de
la casa evitando a las parejas que se amontonaban pegados a la barandilla. Hugo
comenzó a buscar algo en el bolsillo de su pantalón y Ariel le miró con una
ceja enarcada hasta que él chasqueó la lengua sacando una llave que
seguidamente introdujo en la cerradura de la puerta que había al final del
pasillo.
Sorprendida, Ariel entró en la
habitación sin rechistar y la observó con detenimiento girando sobre sus pies.
No era extremadamente grande pero sí más que la suya. Con una cama que no
llegaba a ser de matrimonio junto a una
pared, un armario que ocupaba la opuesta a ésta y un escritorio junto a una
estantería repleta de libros. Lo que más le fascinó fue el árbol que había pintado
en la pared que hacía de cabecero de la cama, negro sobre blanco. Los detalles
eran extraordinarios. Se acercó para pasar sus dedos delicadamente por encima
pero cuando estaba a punto de hacerlo se fijó en el marco de fotos que había en
la mesilla de noche. En la foto aparecía un niño muy sonriente, Hugo, abrazando
a una mujer mayor que estaba en silla de ruedas. A Ariel le emocionó ver el
brillo de felicidad que desprendían los ojos de aquella mujer.
- No sabía que esta era tu casa.
-Giró sobre sí misma para ver cómo Hugo se sentaba en la silla del escritorio
con una botella de vodka. Él asintió con una sonrisa de medio lado.
- Pues ya lo sabes, sirenita.
- Eres muy original. -No se
guardó su tono irónico.
Pedante.
Esa era la palabra que quería
decir y que repetía en su cabeza una y otra vez en cada momento que Hugo abría
la boca para decir alguna de sus cosas poco inteligentes. Pero aun así, allí
estaba en la casa de alguien que no conocía porque su amiga se había empeñado
en que fuera a la fiesta. Y no sólo eso, se encontraba en la habitación de Hugo
con él para hacer qué.
Ariel comenzó a ponerse nerviosa,
estrujó sus dedos al no saber qué hacer con sus manos, miraba a todos los lados
y a ninguna parte a la vez mientras pensaba en una forma para salir de allí sin
que le retuviera.
- Esto... -Comenzó a decir la
peliazul, hizo una pausa con el fin de seguir pensando pero Hugo lo tomó como
una invitación para hablar él.
- ¿Quieres ver una peli?
Ariel le miró con sorpresa, no se
esperaba eso para nada, pero tampoco le importaba ver una película. Su amiga le
había dejado sola en aquella fiesta y si quería volver tendría que hacerlo
andando así que no tenía prisa.
- Está bien. -Se sentó sobre la
cama apoyando su espalda con sumo cuidado sobre la pared y observó cómo Hugo
cogía su ordenador portátil y se sentaba a su lado dejando la botella en la
mesilla.
- ¿Francesa, española,
estadounidense...?
- ¿Qué?
- La película, que si tienes
alguna preferencia. -Ni siquiera la miró, estaba absorto en la lista de
películas que se extendía a lo largo de la pantalla.- Eh, conozco una muy
buena. Bueno, no sé si te gustará, va sobre genética y eso, en plan del futuro.
No sé si me explico.
- ¿Gattaca? -Ariel conocía esa
película demasiado bien, desde que se la habían puesto en el instituto no había
parado de verla.
Hugo inclinó su cabeza para poder
mirarla directamente a los ojos y sonrió al ver que ella se había emocionado
con la sola mención de su película favorita.
- Sí, pero como supongo que ya la
has visto si quieres pongo otra. -Su mano sobre el ratón se frenó cuando sintió
la de Ariel sobre ella.
Ambos decidieron ignorar el
escalofrío que había recorrido sus columnas vertebrales para dejarles sin habla
durante unos segundos e hicieron como si nada.
- No pongas otra, no me importa
verla una vez más. -Ariel sonrió de verdad por primera vez en toda la noche y
Hugo disfrutó de ello como si se tratara de una noche llena de estrellas
fugaces bañando el cielo.
Ariel. -- Capítulo 1
- Oh, venga, no me puedes dejar
sola. -Exigió su amiga.
Ariel llevaba más de una hora
escuchando cómo su amiga le suplicaba para que fuera a otra estúpida fiesta de
adolescentes en las que lo único que se hacía era beber alcohol, bailar y
vomitar ese alcohol. Sí, no era fan de aquellos eventos y su actitud lo dejaba
bien claro. Pero Naya no estaba dispuesta a presentarse en aquella fiesta sin
su amiga del alma a pesar de que era demasiado evidente que no iría sola, su
novio le acompañaba a todas partes y era una suerte que no fueran juntos
también al baño.
- Naya, no insistas, en serio.
Además, ese viernes me toca trabajar y sabes que Camillo no me dejará faltar en
un día así, los viernes suele ir mucha gente. Y no quiero ir, métetelo en tu
cabecita, pequeña culturista. -Espetó Ariel con un tono que rozaba el enojo.
La peliazul trabajaba los fines
de semana en un restaurante para ganar dinero y poder comprarse los caprichos
que le surgían día sí y día también. Camillo, su jefe, un italiano que había
vivido su infancia en la toscana y que llevaba más de diez años por España, la
había contratado en su restaurante de camarera para que le echara una mano a su
hijo. Y es que en vez de llamarse Camillo, tendría que llamarse Celestino
porque también era un nombre italiano y porque era lo que pretendía: juntar a
su hijo con Ariel, a pesar de las rotundas negaciones por parte de la chica. El
chico, un joven de unos veinte años con una extraña belleza sólo visible por
unos pocos, nunca le faltaba tiempo para insinuarse a Ariel.
- Ariel, venga ya, ¿a cuántas
fiestas has ido desde que empezó el curso? Nos falta menos de un año para
cumplir la mayoría de edad y tú todavía no has quebrantado la ley. -Expuso Naya
mientras se rizaba el pelo.
- ¿Es que hace falta quebrantar
la ley para sobrevivir? ¿Vas a dejar de ser mi amiga si no me llevan al
calabozo aunque sea una vez?
- Sabes que no, pero me hacía
mucha ilusión que vinieras. -Hizo una pausa mientras se acariciaba la barbilla
y Ariel supo que nada bueno saldría de allí.- Haremos una cosa... -Ya
empezaba.- Irás a trabajar, y cuando termines vamos a buscarte, pasas por la
fiesta y si no quieres estar por allí te llevamos de vuelta a tu casa, ¿qué me
dices?
- ¿Y quieres que vaya a una
fiesta con delantal? Es absurdo Naya, si te digo que no quiero ir, no voy.
El labio inferior de Naya
sobresalió notablemente y sus ojos se agrandaron dándole el aspecto del gato
con botas, algo a lo que Ariel era incapaz de resistirse. Así que lo pensó
mejor, si le decía que sí a su amiga en ese momento, desistiría, daría unos
cuanto saltos y se iría por ahí -tal vez al gimnasio- el día de la fiesta ya
inventaría una excusa a última hora y se saldría con la suya. Pero en cambio,
si le seguía diciendo que no sabía que no pararía hasta hacerla cambiar de
opinión.
- Está bien...
Como había supuesto, su mejor
amiga empezó a dar saltos por toda su habitación y a aplaudir mientras se
despedía para irse a quién sabe dónde.
Era lunes por la tarde y a Ariel
le quedaban cuatro días para inventarse una escusa, le daba igual que fuera creíble,
con tal de que fuera efectiva le servía. Podía decir que su madre había tenido
un accidente y estaba en el hospital, pero rápidamente descartó la idea. Era
muy macabro y no quería tentar a la suerte.
A pesar de que Ariel no era muy
supersticiosa, todavía seguía creyendo en los deseos que se le piden a las
estrellas fugaces o a los dientes de león. Aún cuando ninguno de todos los que
había pedido se habían hecho realidad. Así como creía que si decías algo malo
de alguien con respecto a su salud podía salirte el tiro por la culata y
hacerse realidad, así que mejor no decir nada de eso.
Podría inventarse una cita con
alguien muy apuesto pero las constantes preguntas por parte de Naya serían
interminables y terminaría diciéndole que era mentira y que lo dijo por no ir a
la estúpida fiesta.
Aunque para qué inventarse una
cita cuando sabía de alguien que estaría dispuesto a salir con ella sin hacer
preguntas y a la primera, pero salir con el hijo de Camillo era un precio
demasiado alto que no estaba dispuesta a pagar.
Su amiga le había dicho que si no
quería entrar a la fiesta le llevarían de vuelta a casa, tenía que creer en
ella. Al fin y al cabo una relación de amistad de nueve años aproximadamente se
conservaba gracias a la confianza por ambos lados.
El martes esperó paciente a que
Naya apareciera con su moto para llevarla al instituto. Desde que se sacó el
carnet pasaba a por ella todas las mañanas para que Ariel no tuviera que coger
el autobús, el cual lo había perdido demasiadas veces por la poca empatía del
conductor que en vez de frenar cuando la veía llegar corriendo falta de aire,
él sólo sonreía y aceleraba más.
- Si sigues llegando así de tarde
tendré que volver a buscar el bus todas las mañanas, y créeme, no me hace
ilusión. -Le dijo cuando su amiga se quitó el casco para saludarla.
- Buenos días a ti también, ahora
sube y no te quejes que llegaría antes si no tuviera que pasar a por ti.
En eso tenía razón así que no
dijo más hasta que llegaron a la puerta del instituto donde les esperaba el
novio de Naya con una pose desinteresada y unos apuntes en la mano que ni
siquiera miraba.
- Hola, Iker. -Saludó Ariel antes
de marcharse a clase y dejar espacio a sus empalagosos amigos que no podían
estar separados ni a las ocho de la mañana.
Aquél fue uno de los días más
largos de la semana, por más que miraba el reloj Ariel podía jurar que había
visto las agujas ir en contra de su dirección normal. Los minutos no pasaban y
a pesar de estar en pleno mes de octubre tenía un calor insoportable bajo ese jersey
holgado de lana que se había puesto.
Ariel no era muy de arreglarse
para ir a clases -ni para ir a otros sitios- pero como ella decía "La comodidad y seguridad en una misma
es lo que nos hace vernos bien, y además no voy a perder tiempo escogiendo mi
ropa para parecer una estúpida Barbie". Porque si había algo que
apreciaba -sin contar el guacamole y las fresas con chocolate- era su tiempo y
odiaba tener que dárselo a personas que no merecían la pena. Ni estando con
ellas, ni pensando en ellas. Por ello la gente pensaba que era una de las
personas más frías del instituto, porque no tardaba ni diez segundos en decirle
a alguien que no malgastara su tiempo hablando con ella porque no quería
escucharle. Y así, ella y su melena azul se abrían paso entre los demás
estudiantes huyendo de lo que podría ser la conversación más monótona de su
vida, la cual no le aportaría nada. Aunque nunca le dio la oportunidad a nadie
para ver si eso era cierto.
Al contrario que el martes, que
se le hizo eterno, la semana se le pasó volando y cuando quiso darse cuenta ya
estaba en el restaurante con su delantal negro puesto y rodando los ojos por
alguna estupidez de Luca, el hijo de Camillo.
- Luca, no insistas. No... No
eres mi tipo, ¿sí?
El aludido la miró con extrañeza,
no se creía que por fin después de tantos años, Ariel le hubiera rechazado.
Sabía que algo andaba mal en su cabeza, pero antes de preguntarle quería seguir
provocando porque eso era lo único bueno que tenía trabajar en el local de su
padre, poder divertirse molestando a la chica del pelo azul mientras ella le
evitaba de todas las formas posibles. Sí, le gustaba, pero no tanto como le
decía a la pecosa.
- No puede ser, yo soy el tipo de
todas. ¿Quién no quiere un Luca en su casa? He pensado que cuando inventen eso
de los clones haré muchos para poder venderlos por teletienda, seguro que se
vendían como churros. -Al ver que su compañera no mostraba ni un ápice de
interés y ni siquiera se reía con su intento de gracia, se preocupó un poco
más.- Ey, ¿qué te pasa?
Sabía que era absurdo preguntar
si estaba bien, era evidente que no y odiaba a la gente que hacía eso. Sobre
todo cuando la persona en cuestión estaba llorando -aunque no era el caso- era
estúpido preguntarlo porque se veía a la legua que no estaba en buenas
condiciones.
Ariel posó sus ojos verdes en los
de él, se sentía bien que por una vez alguien se preocupara por ella, aunque se
tratara del pesado de Luca.
- Nada... -No sonó convincente y
el italiano respondió con una mueca de desaprobación.- Bueno, la verdad es que
no. Naya se ha empeñado en que vaya a una fiesta a la que no me apetece ir y no se me ha ocurrido ninguna escusa a lo
largo de esta semana y... ¡Arg!
- Podrías decirle que tienes una
cita conmigo. -Propuso el moreno.
- Ya, bueno... -Se rascó la nuca
mientras pensaba en una manera sutil de decírselo.- Verás, eso ya lo había
descartado.
- Oh... No sabía que te caía tan
mal.
De alguna manera le dolió verle
afectado, no quería hacerle daño. Sí, Luca era un pesado, pero era el primero que
se preocupaba por ella y lo agradecía.
- No me caes mal, pero como ya te
he dicho, no eres mi tipo.
- Sí, sí. -Hizo un gesto con las
manos para restarle importancia y volvió con las masas de las pizzas para dejar
a la peliazul con sus problemas.
Se acercaba la hora de cerrar y
lo único que deseaba Ariel es que cayera un esteroide en medio de la ciudad
para que cortaran todas las carreteras, pero dado que eso era muy improbable,
porque seamos honestos, sólo cortarían las carreteras afectadas, no le quedaban
más opciones. Así que muy a su pesar entró en el cuarto para empleados y cambió
su ropa de trabajo por algo un poco más decente. Unos pantalones negros, con
rotos en las rodillas, un jersey gris de lana y sus inseparables Adidas. No
tenía ganas de ir a aquella fiesta y no se pondría un vestido de gala para
ello.
- ¿Vas a ir con esa ropa?
Ni un hola ni un buenas noches,
el saludo de su mejor amiga había sido ese y Ariel lo aceptaba porque lo estaba
esperando. Sabía que Naya no estaría de acuerdo en que fuera con un jersey y
unos jeans, pero le dio igual. No contaba con que la morena traería consigo una
bolsa que podría ser cargada por el mismísimo diablo.
- Menos mal que soy previsora y
sabía que no te ibas a vestir para la ocasión. -La cara de horror que puso
Ariel en ese instante fue para inmortalizarla y colgarla en la casa del
terror.- No me mires así, no te he traído un vestido, pero por lo menos quítate
esas zapatillas y ponte mis sandalias.
Sacó de la bolsa unas sandalias
de tacón grueso que por lo menos, para la suerte de Ariel, tenían la suficiente
plataforma como para que el tacón no se sintiera tan alto. Aún así se sentía
como si llevara zancos.
Mientras se cambiaba, analizó a
su amiga.
Naya, con su pelo bicolor,
castaño por las raíces y rubio por las puntas, llevaba puesto un vestido
amarillo que si bien a otra gente ese color no le quedaba bien, a ella le hacía
destacar. Se veía más preciosa de lo que iba ya normalmente y eso era algo que,
aunque no quisiera admitir, Ariel llegaba a envidiar de su amiga. A pesar de
que ésta iba todos los días al gimnasio, aún después de estar horas haciendo
ejercicio, con sus chándales y tops seguía viéndose guapa. Y al contrario que
la peliazul, amanecía resplandeciente y no con una melena que parecía un nido
de pájaros y una cara que podría estar sacada de una película con mal
maquillaje.
Al llegar a la urbanización en la
que se celebraba la fiesta supieron identificar la casa en cuestión de
segundos, había adolescentes tirados por el jardín delantero y la música hacía
que los cristales vibraran. Ariel supo que había sido una mala idea rechazar la
oferta de Luca en el momento en el que presenció como un joven que
aparentemente se asomaba por la ventana del segundo piso para saludar, se
inclinaba lo suficiente como para precipitarse, o simplemente para poder
vomitar a gusto.
Asqueada acercó su cabeza entre
los asientos delanteros del coche donde se encontraban sus amigos y expresó su
deseo de irse de allí antes de arrepentirse todavía más.
- Ariel, no me hagas esto, ni
siquiera has entrado.
Enfadada porque lo último en lo
que había pensado era en que su amiga rompería su promesa de llevarla a casa
cuando lo pidiera, esperó a que el coche estuviera parado para salir de allí y
perderse en la casa llena de borrachos hormonados.
Cuando encontró lo que se parecía
más a una barra de bar, pidió un vaso de vodka con algo y salió de la casa para
perderse en sus pensamientos y en el parque que había enfrente de ésta. Ni
siquiera reparó en el gran tamaño de la casa que parecía que su dueña era la
mismísima Barbie, ni en los caros coches que había estacionados a lo largo de
toda la calle. Buscó un lugar en el que sentarse descartando los bancos que
había a las orillas de aquel camino de tierra y terminó sentándose en una zona
con césped. Tenía mucha sed y lo dejó claro cuando, después de dos simples
tragos, su vaso ya estaba por la mitad.
Le dio tantas vueltas a sus
planes de salida que no se inmutó cuando un cuerpo se sentó al lado del suyo
dejando apenas diez centímetros entre ambos. Cuando notó la invasión en su
espacio vital se sobresaltó y observó a su acompañante.
Sin palabras para describirlo
perdió la noción del tiempo y se abandonó en aquellos ojos grises.
- Soy Hugo.
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