domingo, 25 de octubre de 2015

Ariel. -- Capítulo 1

- Oh, venga, no me puedes dejar sola. -Exigió su amiga.
Ariel llevaba más de una hora escuchando cómo su amiga le suplicaba para que fuera a otra estúpida fiesta de adolescentes en las que lo único que se hacía era beber alcohol, bailar y vomitar ese alcohol. Sí, no era fan de aquellos eventos y su actitud lo dejaba bien claro. Pero Naya no estaba dispuesta a presentarse en aquella fiesta sin su amiga del alma a pesar de que era demasiado evidente que no iría sola, su novio le acompañaba a todas partes y era una suerte que no fueran juntos también al baño.
- Naya, no insistas, en serio. Además, ese viernes me toca trabajar y sabes que Camillo no me dejará faltar en un día así, los viernes suele ir mucha gente. Y no quiero ir, métetelo en tu cabecita, pequeña culturista. -Espetó Ariel con un tono que rozaba el enojo.
La peliazul trabajaba los fines de semana en un restaurante para ganar dinero y poder comprarse los caprichos que le surgían día sí y día también. Camillo, su jefe, un italiano que había vivido su infancia en la toscana y que llevaba más de diez años por España, la había contratado en su restaurante de camarera para que le echara una mano a su hijo. Y es que en vez de llamarse Camillo, tendría que llamarse Celestino porque también era un nombre italiano y porque era lo que pretendía: juntar a su hijo con Ariel, a pesar de las rotundas negaciones por parte de la chica. El chico, un joven de unos veinte años con una extraña belleza sólo visible por unos pocos, nunca le faltaba tiempo para insinuarse a Ariel.
- Ariel, venga ya, ¿a cuántas fiestas has ido desde que empezó el curso? Nos falta menos de un año para cumplir la mayoría de edad y tú todavía no has quebrantado la ley. -Expuso Naya mientras se rizaba el pelo.
- ¿Es que hace falta quebrantar la ley para sobrevivir? ¿Vas a dejar de ser mi amiga si no me llevan al calabozo aunque sea una vez?
- Sabes que no, pero me hacía mucha ilusión que vinieras. -Hizo una pausa mientras se acariciaba la barbilla y Ariel supo que nada bueno saldría de allí.- Haremos una cosa... -Ya empezaba.- Irás a trabajar, y cuando termines vamos a buscarte, pasas por la fiesta y si no quieres estar por allí te llevamos de vuelta a tu casa, ¿qué me dices?
- ¿Y quieres que vaya a una fiesta con delantal? Es absurdo Naya, si te digo que no quiero ir, no voy.
El labio inferior de Naya sobresalió notablemente y sus ojos se agrandaron dándole el aspecto del gato con botas, algo a lo que Ariel era incapaz de resistirse. Así que lo pensó mejor, si le decía que sí a su amiga en ese momento, desistiría, daría unos cuanto saltos y se iría por ahí -tal vez al gimnasio- el día de la fiesta ya inventaría una excusa a última hora y se saldría con la suya. Pero en cambio, si le seguía diciendo que no sabía que no pararía hasta hacerla cambiar de opinión.
- Está bien...
Como había supuesto, su mejor amiga empezó a dar saltos por toda su habitación y a aplaudir mientras se despedía para irse a quién sabe dónde.
Era lunes por la tarde y a Ariel le quedaban cuatro días para inventarse una escusa, le daba igual que fuera creíble, con tal de que fuera efectiva le servía. Podía decir que su madre había tenido un accidente y estaba en el hospital, pero rápidamente descartó la idea. Era muy macabro y no quería tentar a la suerte.
A pesar de que Ariel no era muy supersticiosa, todavía seguía creyendo en los deseos que se le piden a las estrellas fugaces o a los dientes de león. Aún cuando ninguno de todos los que había pedido se habían hecho realidad. Así como creía que si decías algo malo de alguien con respecto a su salud podía salirte el tiro por la culata y hacerse realidad, así que mejor no decir nada de eso.
Podría inventarse una cita con alguien muy apuesto pero las constantes preguntas por parte de Naya serían interminables y terminaría diciéndole que era mentira y que lo dijo por no ir a la estúpida fiesta.
Aunque para qué inventarse una cita cuando sabía de alguien que estaría dispuesto a salir con ella sin hacer preguntas y a la primera, pero salir con el hijo de Camillo era un precio demasiado alto que no estaba dispuesta a pagar.
Su amiga le había dicho que si no quería entrar a la fiesta le llevarían de vuelta a casa, tenía que creer en ella. Al fin y al cabo una relación de amistad de nueve años aproximadamente se conservaba gracias a la confianza por ambos lados.
El martes esperó paciente a que Naya apareciera con su moto para llevarla al instituto. Desde que se sacó el carnet pasaba a por ella todas las mañanas para que Ariel no tuviera que coger el autobús, el cual lo había perdido demasiadas veces por la poca empatía del conductor que en vez de frenar cuando la veía llegar corriendo falta de aire, él sólo sonreía y aceleraba más.
- Si sigues llegando así de tarde tendré que volver a buscar el bus todas las mañanas, y créeme, no me hace ilusión. -Le dijo cuando su amiga se quitó el casco para saludarla.
- Buenos días a ti también, ahora sube y no te quejes que llegaría antes si no tuviera que pasar a por ti.
En eso tenía razón así que no dijo más hasta que llegaron a la puerta del instituto donde les esperaba el novio de Naya con una pose desinteresada y unos apuntes en la mano que ni siquiera miraba.
- Hola, Iker. -Saludó Ariel antes de marcharse a clase y dejar espacio a sus empalagosos amigos que no podían estar separados ni a las ocho de la mañana.
Aquél fue uno de los días más largos de la semana, por más que miraba el reloj Ariel podía jurar que había visto las agujas ir en contra de su dirección normal. Los minutos no pasaban y a pesar de estar en pleno mes de octubre tenía un calor insoportable bajo ese jersey holgado de lana que se había puesto.
Ariel no era muy de arreglarse para ir a clases -ni para ir a otros sitios- pero como ella decía "La comodidad y seguridad en una misma es lo que nos hace vernos bien, y además no voy a perder tiempo escogiendo mi ropa para parecer una estúpida Barbie". Porque si había algo que apreciaba -sin contar el guacamole y las fresas con chocolate- era su tiempo y odiaba tener que dárselo a personas que no merecían la pena. Ni estando con ellas, ni pensando en ellas. Por ello la gente pensaba que era una de las personas más frías del instituto, porque no tardaba ni diez segundos en decirle a alguien que no malgastara su tiempo hablando con ella porque no quería escucharle. Y así, ella y su melena azul se abrían paso entre los demás estudiantes huyendo de lo que podría ser la conversación más monótona de su vida, la cual no le aportaría nada. Aunque nunca le dio la oportunidad a nadie para ver si eso era cierto.
Al contrario que el martes, que se le hizo eterno, la semana se le pasó volando y cuando quiso darse cuenta ya estaba en el restaurante con su delantal negro puesto y rodando los ojos por alguna estupidez de Luca, el hijo de Camillo.
- Luca, no insistas. No... No eres mi tipo, ¿sí?
El aludido la miró con extrañeza, no se creía que por fin después de tantos años, Ariel le hubiera rechazado. Sabía que algo andaba mal en su cabeza, pero antes de preguntarle quería seguir provocando porque eso era lo único bueno que tenía trabajar en el local de su padre, poder divertirse molestando a la chica del pelo azul mientras ella le evitaba de todas las formas posibles. Sí, le gustaba, pero no tanto como le decía a la pecosa.
- No puede ser, yo soy el tipo de todas. ¿Quién no quiere un Luca en su casa? He pensado que cuando inventen eso de los clones haré muchos para poder venderlos por teletienda, seguro que se vendían como churros. -Al ver que su compañera no mostraba ni un ápice de interés y ni siquiera se reía con su intento de gracia, se preocupó un poco más.- Ey, ¿qué te pasa?
Sabía que era absurdo preguntar si estaba bien, era evidente que no y odiaba a la gente que hacía eso. Sobre todo cuando la persona en cuestión estaba llorando -aunque no era el caso- era estúpido preguntarlo porque se veía a la legua que no estaba en buenas condiciones.
Ariel posó sus ojos verdes en los de él, se sentía bien que por una vez alguien se preocupara por ella, aunque se tratara del pesado de Luca.
- Nada... -No sonó convincente y el italiano respondió con una mueca de desaprobación.- Bueno, la verdad es que no. Naya se ha empeñado en que vaya a una fiesta a la que no me apetece ir  y no se me ha ocurrido ninguna escusa a lo largo de esta semana y... ¡Arg!
- Podrías decirle que tienes una cita conmigo. -Propuso el moreno.
- Ya, bueno... -Se rascó la nuca mientras pensaba en una manera sutil de decírselo.- Verás, eso ya lo había descartado.
- Oh... No sabía que te caía tan mal.
De alguna manera le dolió verle afectado, no quería hacerle daño. Sí, Luca era un pesado, pero era el primero que se preocupaba por ella y lo agradecía.
- No me caes mal, pero como ya te he dicho, no eres mi tipo.
- Sí, sí. -Hizo un gesto con las manos para restarle importancia y volvió con las masas de las pizzas para dejar a la peliazul con sus problemas.
Se acercaba la hora de cerrar y lo único que deseaba Ariel es que cayera un esteroide en medio de la ciudad para que cortaran todas las carreteras, pero dado que eso era muy improbable, porque seamos honestos, sólo cortarían las carreteras afectadas, no le quedaban más opciones. Así que muy a su pesar entró en el cuarto para empleados y cambió su ropa de trabajo por algo un poco más decente. Unos pantalones negros, con rotos en las rodillas, un jersey gris de lana y sus inseparables Adidas. No tenía ganas de ir a aquella fiesta y no se pondría un vestido de gala para ello.
- ¿Vas a ir con esa ropa?
Ni un hola ni un buenas noches, el saludo de su mejor amiga había sido ese y Ariel lo aceptaba porque lo estaba esperando. Sabía que Naya no estaría de acuerdo en que fuera con un jersey y unos jeans, pero le dio igual. No contaba con que la morena traería consigo una bolsa que podría ser cargada por el mismísimo diablo.
- Menos mal que soy previsora y sabía que no te ibas a vestir para la ocasión. -La cara de horror que puso Ariel en ese instante fue para inmortalizarla y colgarla en la casa del terror.- No me mires así, no te he traído un vestido, pero por lo menos quítate esas zapatillas y ponte mis sandalias.
Sacó de la bolsa unas sandalias de tacón grueso que por lo menos, para la suerte de Ariel, tenían la suficiente plataforma como para que el tacón no se sintiera tan alto. Aún así se sentía como si llevara zancos.
Mientras se cambiaba, analizó a su amiga.
Naya, con su pelo bicolor, castaño por las raíces y rubio por las puntas, llevaba puesto un vestido amarillo que si bien a otra gente ese color no le quedaba bien, a ella le hacía destacar. Se veía más preciosa de lo que iba ya normalmente y eso era algo que, aunque no quisiera admitir, Ariel llegaba a envidiar de su amiga. A pesar de que ésta iba todos los días al gimnasio, aún después de estar horas haciendo ejercicio, con sus chándales y tops seguía viéndose guapa. Y al contrario que la peliazul, amanecía resplandeciente y no con una melena que parecía un nido de pájaros y una cara que podría estar sacada de una película con mal maquillaje.
Al llegar a la urbanización en la que se celebraba la fiesta supieron identificar la casa en cuestión de segundos, había adolescentes tirados por el jardín delantero y la música hacía que los cristales vibraran. Ariel supo que había sido una mala idea rechazar la oferta de Luca en el momento en el que presenció como un joven que aparentemente se asomaba por la ventana del segundo piso para saludar, se inclinaba lo suficiente como para precipitarse, o simplemente para poder vomitar a gusto.
Asqueada acercó su cabeza entre los asientos delanteros del coche donde se encontraban sus amigos y expresó su deseo de irse de allí antes de arrepentirse todavía más.
- Ariel, no me hagas esto, ni siquiera has entrado.
Enfadada porque lo último en lo que había pensado era en que su amiga rompería su promesa de llevarla a casa cuando lo pidiera, esperó a que el coche estuviera parado para salir de allí y perderse en la casa llena de borrachos hormonados.
Cuando encontró lo que se parecía más a una barra de bar, pidió un vaso de vodka con algo y salió de la casa para perderse en sus pensamientos y en el parque que había enfrente de ésta. Ni siquiera reparó en el gran tamaño de la casa que parecía que su dueña era la mismísima Barbie, ni en los caros coches que había estacionados a lo largo de toda la calle. Buscó un lugar en el que sentarse descartando los bancos que había a las orillas de aquel camino de tierra y terminó sentándose en una zona con césped. Tenía mucha sed y lo dejó claro cuando, después de dos simples tragos, su vaso ya estaba por la mitad.
Le dio tantas vueltas a sus planes de salida que no se inmutó cuando un cuerpo se sentó al lado del suyo dejando apenas diez centímetros entre ambos. Cuando notó la invasión en su espacio vital se sobresaltó y observó a su acompañante.
Sin palabras para describirlo perdió la noción del tiempo y se abandonó en aquellos ojos grises.

- Soy Hugo. 

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