domingo, 25 de octubre de 2015

SUMMER. -- Capítulo 1

Estaba harta, se sentía frustrada consigo misma y no comprendía la necesidad de depender de los demás para hacer absolutamente todo.
Hacía unas semanas que Sabrina se había estado informando sobre viajes. No se quería llevar a nadie, tablones llenos de opiniones habían aparecido ante sus ojos abriéndole las puertas al viajar sola. Todos decían que era una gran experiencia, cualquiera necesita tiempo para encontrarse. Diariamente Sabrina se sentía saturada con la compañía que danzaba a su alrededor y estaba harta de intentar contentar a todos así que, ¿por qué no?
Cogería sus maletas, las llaves de su precioso coche y se marcharía a la playa. Mientras tuviera su portátil con internet y su libro de "cómo sobrevivir sola a unas vacaciones", podría sobrevivir por unas semanas.
Catorce días, esos eran los que su jefe le daba de vacaciones. Su jefe, más conocido como "tío Tony" era el hermano de su padre, dueño de un restaurante italiano en el que Sabrina trabajaba como camarera para poder ayudar con los pagos de la universidad a la que asistía desde hacía dos años para estudiar matemáticas. Era algo que le quitaba la mayor parte de su tiempo, siempre escribiendo entre formulas, letras y dibujos. Lo que menos veía eran números, pero eso a ella le daba igual. Estaba centrada en cerrarle la boca a todos aquellos que alguna vez en su vida habían dicho que no sería capaz de terminar la carrera o que ese título no le abriría las puertas en el mundo del empleo. Se comía sus críticas con patatas, pero también afectaban a su estado de ánimo.
Segundo verano tras empezar aquello y había pasado más de dos semanas encerrada en su casa, con miedo a salir a la calle, a relacionarse y negando la necesidad de hacerlo. Hasta que se dio cuenta de que para ello no necesitaba estar en su casa, podría irse a un camping y así por lo menos aprovechaba para ponerse morena.
- ¿Estás segura de esto?
- Sí, mamá.
Abrazó a aquella mujer a la que los años ya empezaban a pasarle factura, las arrugas que rodeaban sus ojos cada vez eran más notables, se comenzaba a teñir con más frecuencia para cubrir las canas que aparecían en su cabello y las visitas al médico nunca dejaban de hacerse. Sabrina no se parecía en nada a ella, tal vez tendría que ver con que ella no era su madre biológica, pero la quería como tal. Su padre se había casado con Natalia cuando Sabrina tenía apenas cinco años. Su madre les abandonó después de que ella naciera pero no tenía ese sentimiento de querer saber más y la necesidad de conocerla porque con Natalia tenía más que suficiente.
- Llámame todos los días, ¿quieres? -Acarició su mejilla.
- Sabes que no lo haré. -La cara de horror de su madre le incitó a seguir hablando.- Lo sabes, además, si me voy es para no hablar con nadie. Prometo que te llamaré, pero no todos los días.
- Está bien, pero por lo menos cuando llegues sí. Quiero saber que estás bien.
- Claro. -La volvió a abrazar antes de cargar las maletas en el coche.- Dile a papá adiós de mi parte y dale un beso.
- Ya sabes que quería estar aquí pero no ha podido.
- Lo sé, mamá. -Le dedicó una sonrisa tranquilizadora y se colocó frente al volante.
- Cuídate y llámame cuando llegues. -Le dio un beso colándose por la ventanilla del Toyota.
- Si no me dejas irme se me van a acabar las vacaciones antes de salir de este pueblucho.
- A ver si cuando vuelvas estás un poco más normal. Y quiero que me traigas conchas.
- Nunca entenderé tu afán por las manualidades y todas esas chorradas, pero vale. Me voy, te quiero. Cuídame a Rex.
- No sé qué va a hacer tu gato sin ti.
- Yo tampoco, pero no lo alarguemos más. Adiós, mamá.
Se despidió con la mano mientras daba marcha atrás y salía del garaje de su casa para poner rumbo a la playa.
Había decidido no encender el GPS, tenía aprendidas de memoria todas las salidas que tenía que tomar hasta llegar al pueblo pesquero que había elegido para sus días de relax, e intentaría llegar por sus propios medios.
Pero Sabrina nunca fue buena en lo que se refiere a orientación, ni a direcciones.
Dos horas en aquel coche y ya sentía como se le engarrotaban las piernas. Tenía que parar, buscar un sitio con una pinta decente y comer algo para poder estirar las piernas o no llegaría viva.
Estacionó en el único sitio libre que quedaba en el parking de aquel restaurante de carretera. Al salir de su Toyota estiró como pudo su camiseta para que no se viera tan arrugada y buscó la puerta del local.
La voz de la mujer de las noticias inundaba la estancia. Otra cosa que a Sabrina le sobrepasaba y que a la vez no podía vivir sin ello eran las noticias. No soportaba enterarse tarde de lo que pasaba por el mundo, pero le hervía la sangre al darse cuenta de que por cada diez noticias sólo había una buena, o ni siquiera eso. Había demasiada corrupción y dolor en el mundo que verlo diariamente no es que fuera un chute de alegría.
Tenía tanta hambre que devoró su bocadillo de tortilla como si llevara un mes sin comer. Pagó su cuenta y se fue de allí dejando atrás a todos los camioneros y padres que viajaban con sus hijos, unos más insoportables que otros.
- ¿Pero qué...?
No era normal que se encontrara en medio de su camino una señal que indicaba que estaba yendo hacia Francia. No, ese no era el camino que debía tomar y tendría que dar la vuelta, conducir más horas y gastar más dinero en gasolina. No había sido muy buena idea eso de no encender el GPS, pero seguiría sin sacarlo de su funda.
- Menudo roadtrip conmigo misma, ¡yuju! -Ya no le quedaban muchas fuerzas, pero consiguió levantar la mano para acompañar el triste comentario que sólo ella había escuchado.
Tomó la siguiente salida hacia un cambio de sentido a distinto nivel, y dejó atrás las señales que indicaban el país vecino.
Le esperaba un largo día.
Llevaba horas conduciendo y ni siquiera veía el mar. Ya había parado tres veces a lo largo de todo el viaje y estaba empezando a anochecer. Tal vez si hubiera escogido un sitio que estuviera más cerca de su pueblo habría llegado antes, pero nada era lo que ella buscaba. Harta de todo y con sus piernas pidiendo un descanso se desvió de la autovía para coger la salida hacia un pueblo que parecía ser bonito.
Aparcó en el primer sitio que encontró en lo que parecía ser el centro de aquel municipio y bajó del coche dispuesta a encontrar un sitio en el que poder dormir. Por suerte llevaba viendo desde la entrada señales que indicaban una pensión, no podía ser muy difícil encontrarla entre aquellas cuatro casas.
Diez minutos andando y lo único que había encontrado había sido un parque infantil que no estaba en muy buenas condiciones. Cuando estaba a punto de dirigirse hacia el coche para dormir allí se encontró a cuatro mujeres que descansaban en el banco de una plaza. Se acercó hasta ellas y dejó su cansancio a un lado para dar paso a su falsa amabilidad.
- Disculpen, ¿me podrían indicar dónde está la pensión? -Estranguló el dobladillo de la camiseta que la cubría e ignoró las miradas críticas que fueron dirigidas hacia su persona.
- Sí, claro. Yo soy la dueña, la tienes justo detrás de ti.
Sabrina giró sobre sus pies para darse cuenta de que, en efecto, allí había un cartel de madera en el que claramente se podía leer PENSIÓN en letras más oscuras. Si no fuera por el cansancio acumulado sus mejillas habrían adquirido un color rojizo por la vergüenza, pero no tenía ganas de nada y su cuerpo tampoco. Volvió a girarse hacia el banco.
- ¿Podría decirme si queda alguna habitación libre para hoy? Siento si es una molestia, es que he tenido problemas en el viaje y... -No pudo terminar porque la morena que le había hablado anteriormente levantó la mano en un gesto indicándole que se callara y eso es lo que hizo.
- No te preocupes, muchacha. Tienes suerte, me queda una habitación. -Sabrina la observó esperando a que se levantara o hiciera algo para ir a la pensión, pero ni siquiera hizo un amago de levantarse.- Oh, sí. Puedes entrar, mi hijo te atenderá.
Le dio las gracias, las buenas noches y se despidió de todas para ir a buscar un sitio en el que poder dormir. No le hacía gracia eso de que le atendiera su hijo, demasiadas conversaciones para esas horas o incluso para un día entero. Además tenía dos opciones, que el chico en cuestión fuera un pervertido que no había conseguido salir de ese pueblo por su ineptitud y que se desquitara acosando a los inquilinos, o que fuera un tío bueno que no tenía dos dedos de frente y que no sabía hacer una o con un canuto. Tenía claro que no podía ser muy mayor porque la mujer no aparentaba más de cincuenta.

Tocó dos veces la puerta con sus nudillos y la abrió para encontrarse tras el mostrador algo que no se esperaba y que ni siquiera entraba en sus opciones. 

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