Observó el brazo que había
extendido el chico para que le estrechara la mano. Estaba lleno de tatuajes,
demasiadas rosas para no ser un jardín.
- No muerdo, ¿sabes? Bueno, sólo
sí tu quieres.
Ariel enarcó una ceja en su
dirección por su descaro pero en el fondo le había hecho gracia. Dejó escapar
una carcajada y extendió su brazo también para sujetar la mano de Hugo con
firmeza. Pretendía verse fuerte y segura de sí misma, pero el escalofrío que
recorrió su columna vertebral no se lo dejó fácil.
- No me has dicho tu nombre,
tendré que llamarte pitufo. -Dijo mientras enrollaba sobre su dedo un tirabuzón
de la chica.
- No me llames pitufo, -dijo de
mala gana.- mi nombre es Ariel.
Hugo sonrió dejando ver sus
perfectos dientes, le había gustado su nombre. Y le gustaba más aquella chica
que, en vez de estar emborrachándose con los demás en su casa, estaba sentada
en el césped con un vaso de vodka. La había visto llegar y salir del coche de
Iker, no sabía quién era pero sintió la necesidad de ir hasta donde ella cuando
la vio andar empujando a los demás como si nada le importara.
Pero si no hacía nada rápido
Ariel se iría de allí porque por su parte, ella estaba pensando en una manera
sutil de decirle a aquel chaval que la dejara en paz y que no quería perder el
tiempo por muy perfecto que fuera su físico y por muy hipnótica que fuera su
sonrisa.
- ¿No te gusta la fiesta?
-Preguntó ella con la esperanza de que volviera a la casa. No le apetecía irse
de allí, por lo menos quería terminarse su vaso y seguir sentada hasta que su
mejor amiga se dignara a llevarla de vuelta a su hogar.
- ¿Y a ti? -Odiaba que
respondieran a sus preguntas con más preguntas y se le estaba acabando la
paciencia, pero había algo en él que hacía que los diez segundos que le costaba
rechazar a las personas se alargaran un poco más.
- No. Odio las fiestas así. ¿Qué
fin tiene beber hasta el amanecer para no acordarse de nada después? Es
absurdo.
- No necesitas beber hasta
ponerte ciego para poder disfrutar de una fiesta.
La peliazul hizo una mueca de
disgusto y sujetó su vaso mientras intentaba ponerse de pie.
- Ey, ¿adónde vas?
Hugo se enderezó para quedar a la
altura de la chica, apenas le sacaba cinco centímetros, pero seguía siendo más
alto que ella, de no ser por los tacones que llevaba, con ellos puestos Hugo
pasaba a ser el bajito de la pareja. Pero no le importó, porque verla ahí, de
pie con su jersey de lana totalmente ocurrente para una fiesta de adolescentes,
sus pantalones rotos y unas sandalias a las que estaba claro que no estaba
acostumbrada, le impactó demasiado.
- ¿Tienes a alguien que te lleve
a casa? -Le preguntó mientras seguía sus pasos.
- Sí, mi amiga Naya y su novio.
Me habían dicho que cuando quisiera me llevarían a casa. -se quedó quieta al
otro lado de la acera para ver cómo sus amigos, supuestamente responsables, se
tambaleaban por el jardín delantero de la casa.- Bueno, pues no, no tengo a
nadie que me lleve a casa. Pero puedo coger un bus.
- Sirenita, a estas horas ya no
pasa el bus. -Ignoró la cara de horror que puso Ariel al escuchar cómo le había
llamado y siguió hablando.- Tengo una idea, ven, acompáñame.
Dejó a un lado la desconfianza
que tenía hacia todas las personas que no formaban parte de su círculo, y se
dejó arrastrar al interior de la vivienda con su mano sujeta por la de Hugo. Se
sentía bien, pero no sabía cómo expresarlo. Subieron hasta el segundo piso de
la casa evitando a las parejas que se amontonaban pegados a la barandilla. Hugo
comenzó a buscar algo en el bolsillo de su pantalón y Ariel le miró con una
ceja enarcada hasta que él chasqueó la lengua sacando una llave que
seguidamente introdujo en la cerradura de la puerta que había al final del
pasillo.
Sorprendida, Ariel entró en la
habitación sin rechistar y la observó con detenimiento girando sobre sus pies.
No era extremadamente grande pero sí más que la suya. Con una cama que no
llegaba a ser de matrimonio junto a una
pared, un armario que ocupaba la opuesta a ésta y un escritorio junto a una
estantería repleta de libros. Lo que más le fascinó fue el árbol que había pintado
en la pared que hacía de cabecero de la cama, negro sobre blanco. Los detalles
eran extraordinarios. Se acercó para pasar sus dedos delicadamente por encima
pero cuando estaba a punto de hacerlo se fijó en el marco de fotos que había en
la mesilla de noche. En la foto aparecía un niño muy sonriente, Hugo, abrazando
a una mujer mayor que estaba en silla de ruedas. A Ariel le emocionó ver el
brillo de felicidad que desprendían los ojos de aquella mujer.
- No sabía que esta era tu casa.
-Giró sobre sí misma para ver cómo Hugo se sentaba en la silla del escritorio
con una botella de vodka. Él asintió con una sonrisa de medio lado.
- Pues ya lo sabes, sirenita.
- Eres muy original. -No se
guardó su tono irónico.
Pedante.
Esa era la palabra que quería
decir y que repetía en su cabeza una y otra vez en cada momento que Hugo abría
la boca para decir alguna de sus cosas poco inteligentes. Pero aun así, allí
estaba en la casa de alguien que no conocía porque su amiga se había empeñado
en que fuera a la fiesta. Y no sólo eso, se encontraba en la habitación de Hugo
con él para hacer qué.
Ariel comenzó a ponerse nerviosa,
estrujó sus dedos al no saber qué hacer con sus manos, miraba a todos los lados
y a ninguna parte a la vez mientras pensaba en una forma para salir de allí sin
que le retuviera.
- Esto... -Comenzó a decir la
peliazul, hizo una pausa con el fin de seguir pensando pero Hugo lo tomó como
una invitación para hablar él.
- ¿Quieres ver una peli?
Ariel le miró con sorpresa, no se
esperaba eso para nada, pero tampoco le importaba ver una película. Su amiga le
había dejado sola en aquella fiesta y si quería volver tendría que hacerlo
andando así que no tenía prisa.
- Está bien. -Se sentó sobre la
cama apoyando su espalda con sumo cuidado sobre la pared y observó cómo Hugo
cogía su ordenador portátil y se sentaba a su lado dejando la botella en la
mesilla.
- ¿Francesa, española,
estadounidense...?
- ¿Qué?
- La película, que si tienes
alguna preferencia. -Ni siquiera la miró, estaba absorto en la lista de
películas que se extendía a lo largo de la pantalla.- Eh, conozco una muy
buena. Bueno, no sé si te gustará, va sobre genética y eso, en plan del futuro.
No sé si me explico.
- ¿Gattaca? -Ariel conocía esa
película demasiado bien, desde que se la habían puesto en el instituto no había
parado de verla.
Hugo inclinó su cabeza para poder
mirarla directamente a los ojos y sonrió al ver que ella se había emocionado
con la sola mención de su película favorita.
- Sí, pero como supongo que ya la
has visto si quieres pongo otra. -Su mano sobre el ratón se frenó cuando sintió
la de Ariel sobre ella.
Ambos decidieron ignorar el
escalofrío que había recorrido sus columnas vertebrales para dejarles sin habla
durante unos segundos e hicieron como si nada.
- No pongas otra, no me importa
verla una vez más. -Ariel sonrió de verdad por primera vez en toda la noche y
Hugo disfrutó de ello como si se tratara de una noche llena de estrellas
fugaces bañando el cielo.
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