Amber.
Me despertaron las voces de mi
madre en el piso de abajo. Las ignoré y tapé mi rostro con una de las muchas
almohadas que tenía encima de la cama. Con un suspiro intenté dormirme de
nuevo, pero el sonido de la puerta me lo impidió.
- Mamá, por favor, es sábado.
Quiero dormir... -Lo intenté decir para que se me entendiera mientras evitaba
que se me callera la baba.
Giré mi cuerpo para quedar bocarriba
aún con la almohada en la cara. El silencio reinaba en mi habitación y supuse
que ya se habría ido.
Estaba muy equivocada.
Algo cayó sobre mi cuerpo
provocando que me despertara de una vez por todas y que empezara a patalear.
- Vamos, bombón, levántate ya o
sufrirás las consecuencias.
Destapé mi cara y me miré
enfadada.
- ¡Por el amor de Dios, Sam! ¿Qué
hora es? ¿Las nueve? ¿Las diez? Déjame dormir... -Ronroneé.
- Tú lo has querido.
- ¡No! -Comencé a reírme a
carcajadas mientras mi pelo tomaba vida propia y me tapaba la visión. Samuel
siguió haciéndome cosquillas y aproveché un momento en el que se despistó para,
con un rápido movimiento, ponerme encima suyo y sujetar su cuello con mi
antebrazo.
- ¡Wow! Relaja, fierecilla.
- ¿Se puede saber por qué vienes
a mi casa tan pronto? ¿Has tenido pesadillas, chiquitín? -Le sonreí burlona.
Pero mi sonrisa no duró mucho porque alguien me placó por el lado derecho de mi
cuerpo y acabé en el suelo con una Alana muy despeinada sobre mí. -¡Ya vale!
¡Os aprovecháis todos de mi cuerpo!
Los dos estallaron en carcajadas
hasta que mi madre apareció por la puerta y se quedó muda al ver el panorama.
- ¿Estáis bien?
- Oh, Lauren, ya sabes que no.
Pero qué se le va a hacer, tu hija no tiene solución. -Contestó Sam antes de
que yo estampara una almohada en su bonito rostro. - ¡Eh!
- Bueno, ¿y por qué me tenía que
levantar tan pronto?
- Tenemos una sorpresa para ti.
-Dijo Alana con una sonrisa de oreja a oreja.
- ¡Haberlo dicho antes!
Me levanté del suelo lo más
rápido que pude y busqué en mi armario ropa para ponerme.
- Yo voy a hablar con tu madre
abajo, que me ha dicho no sé qué de unas plantas. -Rodé los ojos al escuchar a
la rubia.
Siempre hablaba con mi madre de
flores, yo no entendía qué veían las dos en la jardinería, pero para ellas era
emocionante.
Desapareció por la puerta no sin
antes despeinar a Sam que seguía tumbado en mi cama.
- ¿A dónde vamos a ir? ¿Qué me
pongo? ¿Campo? No me tengo que poner vestido, ¿verdad? ¡Sam! -Lloriqueé
mientras él se reía socarronamente.
- Ponte lo que quieras. -Enarqué
una ceja porque esa no era la respuesta que quería. -Está bien, no vamos al
campo. Ponte unos pantalones y una camiseta, no es tan difícil.
Saqué los primeros shorts
vaqueros que vi junto con una camiseta de Iron Maiden y me quité el pijama
hasta quedarme en ropa interior para poder cambiarme.
- Sam, te dejo verme en ropa
interior, pero más no así que date la vuelta, vamos. Vamos. -Empujé levemente
su hombro hasta que se quedó mirando hacia la ventana que daba a la calle. -Así
mejor.
- ¿Qué más da? ¿Quieres que me
desnude yo también y estamos en paz? -No lo veía pero sabía que se estaba
riendo de mí.
- No, Sam. Yo a ti ya te he visto
desnudo y en más de una ocasión. -En el momento en el que terminé de hablar me
mordí la lengua. Había metido la pata.
Samuel se dio la vuelta con su
cabeza ladeada y una sonrisa burlona en el rostro.
- Por eso mismo, estoy en
desventaja.
- Vale... -Comencé a bajar
lentamente el tirante del sujetador que me acababa de poner pero lo volví a
subir rápidamente. -Otro día, que llegamos tarde.
- ¡Pero si la sorpresa te la
damos nosotros! -Hizo un puchero que yo eliminé por completo con un golpe en su
nuca.
- Eres un cerdo Sam, además...
No terminé de hablar porque de
repente me cogió colocando mi vientre en su hombro y pasando sus brazos por
detrás de mis piernas. En otras palabras, como a un saco de patatas.
- ¡Ah! Sam, ¡bájame! -No vocalicé
mucho ya que no podía parar de reír y chillar a la vez. Podía visualizar mi
cabeza contra el suelo, todo lleno de sangre y a Sam con una mirada de
preocupación.
- Tenemos prisa, bombón.
- Ya, pero no creo que tanta como
para salir en sujetador a la calle. -Le recordé.
- Ah, eso. Bueno, tu vecino está
un poco amargado, vamos a darle una alegría. ¿No crees?
- ¡Sam, no! -Seguía riéndome a
carcajadas incapaz de decir nada coherente mientras él me bajaba por las
escaleras directo a la puerta de mi casa.
Cuando atravesamos el umbral de
ésta Sam me dejó en el suelo colocándose a mis espaldas y sosteniendo mis
hombros con sus manos, haciendo la fuerza suficiente como para que no me
pudiera mover.
Mi madre, que estaba en el jardín
de la entrada con Alana, me miraba horrorizada mientras la rubia se sostenía el
estómago para poder reírse.
- ¡Amber Collins, entra ahora
mismo a casa a ponerte algo! ¡Por el amor de Dios! -Se giró hacia mi amiga- Y
tú no te rías.
Le dio un manotazo en el brazo
pero Alana siguió riéndose, aunque esta vez en vez de sujetarse el estómago se
acariciaba la zona en la que mi madre le había dado con la otra mano.
Vimos como la señora Harrison
salía de su casa y se metía en su coche mientras nos dirigía miradas y
murmuraba cosas que ninguno fuimos capaces de entender. Era una mujer de unos
sesenta y siete años, viuda y con dos hijos los cuales pasaban el menor tiempo
posible con ella por sus insoportables comentarios. Pero eso sí, no había un
fin de semana en el que o su hija o su hijo aparcaran a sus niños en su casa y
se despidieran con un "el domingo nos vemos". Muchas veces los veía desde la ventana de mi
casa, se portaban peor que Daniel el travieso. En algún fin de semana de esos
había llegado a sentir pena por la señora Harrison, pero luego me acordaba de
lo racista que podía llegar a ser y se me pasaba la pena para reírme de las
trastadas de sus nietos.
Mamá terminó riendo por la
reacción de nuestra vecina.
- Nunca cambiará. -Comentó con
aire nostálgico. -Y ahora señorita, ve a ponerte algo de ropa.
- Sí, señora. -Desaparecí con un
gesto militar y fui a por mí camiseta.
Cuando ya estaba totalmente
vestida y había desayunado, los chicos decidieron llevarme hasta mi sorpresa.
Taparon mis ojos con una corbata de Sam, aunque dudaba que fuera suya porque
nunca le había visto con algo "tan elegante" encima. Cuando tenía
eventos importantes para los que se supone que tendría que llevar traje, él se
ponía los vaqueros más oscuros que encontrara en su armario y una camiseta
blanca, o en su defecto, negra. Sam me indicó que me subiera a su moto, pero el
no ver nada sumado a mi gran torpeza no dio buenos resultados y terminó
subiéndome él. Me dijeron que Alana esperaría en el sitio al que íbamos, no
pregunté más porque sabía que no me responderían, así que me sujeté a Sam
abrazándolo por la espalda mientras conducía por la ciudad, o eso pensaba yo.
- Ya hemos llegado, bombón.
Me bajé como pude de su KTM y
destapé mis ojos. Presté atención al entorno y seguidamente fijé mi mirada en
mis dos amigos.
- Vosotros sois muy tontos. -Dije
riendo. No me podía creer lo que habían hecho.
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