domingo, 25 de octubre de 2015

¿Por qué no? -- Capítulo 1

Amber.
Me despertaron las voces de mi madre en el piso de abajo. Las ignoré y tapé mi rostro con una de las muchas almohadas que tenía encima de la cama. Con un suspiro intenté dormirme de nuevo, pero el sonido de la puerta me lo impidió.
- Mamá, por favor, es sábado. Quiero dormir... -Lo intenté decir para que se me entendiera mientras evitaba que se me callera la baba.
Giré mi cuerpo para quedar bocarriba aún con la almohada en la cara. El silencio reinaba en mi habitación y supuse que ya se habría ido.
Estaba muy equivocada.
Algo cayó sobre mi cuerpo provocando que me despertara de una vez por todas y que empezara a patalear.
- Vamos, bombón, levántate ya o sufrirás las consecuencias.
Destapé mi cara y me miré enfadada.
- ¡Por el amor de Dios, Sam! ¿Qué hora es? ¿Las nueve? ¿Las diez? Déjame dormir... -Ronroneé.
- Tú lo has querido.
- ¡No! -Comencé a reírme a carcajadas mientras mi pelo tomaba vida propia y me tapaba la visión. Samuel siguió haciéndome cosquillas y aproveché un momento en el que se despistó para, con un rápido movimiento, ponerme encima suyo y sujetar su cuello con mi antebrazo.
- ¡Wow! Relaja, fierecilla.
- ¿Se puede saber por qué vienes a mi casa tan pronto? ¿Has tenido pesadillas, chiquitín? -Le sonreí burlona. Pero mi sonrisa no duró mucho porque alguien me placó por el lado derecho de mi cuerpo y acabé en el suelo con una Alana muy despeinada sobre mí. -¡Ya vale! ¡Os aprovecháis todos de mi cuerpo!
Los dos estallaron en carcajadas hasta que mi madre apareció por la puerta y se quedó muda al ver el panorama.
- ¿Estáis bien?
- Oh, Lauren, ya sabes que no. Pero qué se le va a hacer, tu hija no tiene solución. -Contestó Sam antes de que yo estampara una almohada en su bonito rostro. - ¡Eh!
- Bueno, ¿y por qué me tenía que levantar tan pronto?
- Tenemos una sorpresa para ti. -Dijo Alana con una sonrisa de oreja a oreja.
- ¡Haberlo dicho antes!
Me levanté del suelo lo más rápido que pude y busqué en mi armario ropa para ponerme.
- Yo voy a hablar con tu madre abajo, que me ha dicho no sé qué de unas plantas. -Rodé los ojos al escuchar a la rubia.
Siempre hablaba con mi madre de flores, yo no entendía qué veían las dos en la jardinería, pero para ellas era emocionante.
Desapareció por la puerta no sin antes despeinar a Sam que seguía tumbado en mi cama.
- ¿A dónde vamos a ir? ¿Qué me pongo? ¿Campo? No me tengo que poner vestido, ¿verdad? ¡Sam! -Lloriqueé mientras él se reía socarronamente.
- Ponte lo que quieras. -Enarqué una ceja porque esa no era la respuesta que quería. -Está bien, no vamos al campo. Ponte unos pantalones y una camiseta, no es tan difícil.
Saqué los primeros shorts vaqueros que vi junto con una camiseta de Iron Maiden y me quité el pijama hasta quedarme en ropa interior para poder cambiarme.
- Sam, te dejo verme en ropa interior, pero más no así que date la vuelta, vamos. Vamos. -Empujé levemente su hombro hasta que se quedó mirando hacia la ventana que daba a la calle. -Así mejor.
- ¿Qué más da? ¿Quieres que me desnude yo también y estamos en paz? -No lo veía pero sabía que se estaba riendo de mí.
- No, Sam. Yo a ti ya te he visto desnudo y en más de una ocasión. -En el momento en el que terminé de hablar me mordí la lengua. Había metido la pata.
Samuel se dio la vuelta con su cabeza ladeada y una sonrisa burlona en el rostro.
- Por eso mismo, estoy en desventaja.
- Vale... -Comencé a bajar lentamente el tirante del sujetador que me acababa de poner pero lo volví a subir rápidamente. -Otro día, que llegamos tarde.
- ¡Pero si la sorpresa te la damos nosotros! -Hizo un puchero que yo eliminé por completo con un golpe en su nuca.
- Eres un cerdo Sam, además...
No terminé de hablar porque de repente me cogió colocando mi vientre en su hombro y pasando sus brazos por detrás de mis piernas. En otras palabras, como a un saco de patatas.
- ¡Ah! Sam, ¡bájame! -No vocalicé mucho ya que no podía parar de reír y chillar a la vez. Podía visualizar mi cabeza contra el suelo, todo lleno de sangre y a Sam con una mirada de preocupación.
- Tenemos prisa, bombón.
- Ya, pero no creo que tanta como para salir en sujetador a la calle. -Le recordé.
- Ah, eso. Bueno, tu vecino está un poco amargado, vamos a darle una alegría. ¿No crees?
- ¡Sam, no! -Seguía riéndome a carcajadas incapaz de decir nada coherente mientras él me bajaba por las escaleras directo a la puerta de mi casa.
Cuando atravesamos el umbral de ésta Sam me dejó en el suelo colocándose a mis espaldas y sosteniendo mis hombros con sus manos, haciendo la fuerza suficiente como para que no me pudiera mover.
Mi madre, que estaba en el jardín de la entrada con Alana, me miraba horrorizada mientras la rubia se sostenía el estómago para poder reírse.
- ¡Amber Collins, entra ahora mismo a casa a ponerte algo! ¡Por el amor de Dios! -Se giró hacia mi amiga- Y tú no te rías.
Le dio un manotazo en el brazo pero Alana siguió riéndose, aunque esta vez en vez de sujetarse el estómago se acariciaba la zona en la que mi madre le había dado con la otra mano.
Vimos como la señora Harrison salía de su casa y se metía en su coche mientras nos dirigía miradas y murmuraba cosas que ninguno fuimos capaces de entender. Era una mujer de unos sesenta y siete años, viuda y con dos hijos los cuales pasaban el menor tiempo posible con ella por sus insoportables comentarios. Pero eso sí, no había un fin de semana en el que o su hija o su hijo aparcaran a sus niños en su casa y se despidieran con un "el domingo nos vemos".  Muchas veces los veía desde la ventana de mi casa, se portaban peor que Daniel el travieso. En algún fin de semana de esos había llegado a sentir pena por la señora Harrison, pero luego me acordaba de lo racista que podía llegar a ser y se me pasaba la pena para reírme de las trastadas de sus nietos.
Mamá terminó riendo por la reacción de nuestra vecina.
- Nunca cambiará. -Comentó con aire nostálgico. -Y ahora señorita, ve a ponerte algo de ropa.
- Sí, señora. -Desaparecí con un gesto militar y fui a por mí camiseta.
Cuando ya estaba totalmente vestida y había desayunado, los chicos decidieron llevarme hasta mi sorpresa. Taparon mis ojos con una corbata de Sam, aunque dudaba que fuera suya porque nunca le había visto con algo "tan elegante" encima. Cuando tenía eventos importantes para los que se supone que tendría que llevar traje, él se ponía los vaqueros más oscuros que encontrara en su armario y una camiseta blanca, o en su defecto, negra. Sam me indicó que me subiera a su moto, pero el no ver nada sumado a mi gran torpeza no dio buenos resultados y terminó subiéndome él. Me dijeron que Alana esperaría en el sitio al que íbamos, no pregunté más porque sabía que no me responderían, así que me sujeté a Sam abrazándolo por la espalda mientras conducía por la ciudad, o eso pensaba yo.
- Ya hemos llegado, bombón.
Me bajé como pude de su KTM y destapé mis ojos. Presté atención al entorno y seguidamente fijé mi mirada en mis dos amigos.
- Vosotros sois muy tontos. -Dije riendo. No me podía creer lo que habían hecho.  



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